Adiós, Pepe

Hay algo en la mirada de Alfredo Landa en Los Santos Inocentes que representa como nada y como nadie lo que somos, lo que fuimos, lo que seremos. Un país desesperanzado, noble, rudo, tierno, áspero, preso de siglos de incultura, de opresión, de gobernantes inútiles, de religión extrema. A cada cual le toca lo que le toca, y a nosotros nos tocó ser esto. Ser pequeños pero inmensos, ser capaces de lo más y de lo menos. 

Se nos fue Landa. Se nos fue otro pedacito de nuestra vida, uno de los más representativos, más puros, más diáfanos. Como decía aquella canción de Mecano, negro, bajito y cabezón, sólo pude ser peón de negras, lo más chungo en ajedrez. Bajito, moreno y simpático, sólo pudo ser español, lo más chungo del Mediterráneo hacia arriba. Y como en aquella canción, con arrojó y tesón, y la estricta observación de las reglas, llegó a ser uno de los grandes. El símbolo de una época, de un país entero. 

¿Cómo no recordar hoy "Vente a Alemania, Pepe"? Hoy, que ese pasado es más presente que nunca. O esa inocencia alegre y amable de los pueblos, los vecinos, las mozas, los críos corriendo por calles sin pavimentar entre gallinas, el cura, el alcalde, el sargento de la Guardia Civil. La realidad era más oscura, más famélica y menos encantadora, pero algo de aquello queda, aún se puede sentir, como si la ficción se hubiera superpuesto a los recuerdos. Por algo dicen que la memoria es selectiva y se queda sólo con lo bueno. 

Poco a poco se nos van los anclajes a un pasado que no era perfecto, pero era nuestro. En cambio, nos adentramos en un futuro desalentador, en el que nos faltan referentes y símbolos para continuar, para sentir(nos). Será que nos hacemos mayores. Será eso. 

Menos mal que nos quedan las películas: