miércoles, 22 de mayo de 2013

Un cuento

Os voy a contar un cuento. Un cuento cuya similitud con la realidad será, ya aviso, pura coincidencia. Este cuento empieza en los felices años 2000 y poco en España, cuando vivíamos dentro de una burbuja luminosa de felicidad e hipotecas por las nubes. En aquellos tiempos, los empresarios del ladrillo, con sus corbatas de colores y sus güisqui-cola se creían los reyes del mambo. Nada podía afectarlos, nada iba a ir mal, pero, por si acaso, guardaban algunos eurillos sueltos en cuentas en el extranjero. Por lo que pudiera pasar. 

Mientras tanto, aquí, cada día más y más empuje a la burbuja con la colaboración de esos bancos que concedían hipotecas muy por encima del valor real de la vivienda en cuestión. Llegamos a un punto en el que el dinero con el que antes de comprabas un chalé de dos plantas y jardín ahora sólo te llegaba para un piso-zulo de dos habitaciones enanas en el que la vida diaria es un jugar al Tetris constante. Pero todos felices con nuestras hipotecas. Cuanto antes tuvieras una, mejor, porque mañana los precios habrán subido más y más. Hipotécate. Sé uno más de la tribu. 

Mientras, los empresarios cada vez más orondos y satisfechos. Mientras tanto, llegar a ser concejal de Urbanismo era mejor que ser eurodiputado, que ya es decir. Mientras tanto, empresarios y políticos estiraron el chicle sin temor a las consecuencias, porque, más que nada, ellos no las iban a sufrir. 

En ese mientras tanto, empresarios del ladrillo y políticos llegaron a acuerdos. Tú me das esto, yo te doy aquello. Todos amigos. Pero para seguir manteniéndonos en la cresta de la ola, necesitamos controlar a las masas. Dominarlas. Vamos a comprar un periódico, venga. 

Y compraron el periódico. Pero llegaron los malos tiempos. La burbuja estalló. Los bancos se dolieron y todos acudieron en su auxilio. Es que claro, pobres, ellos que tanto bueno habían hecho por los demás con sus hipotecas infladas, había que ayudarlos. Los políticos se preocuparon además de salvar su propio pellejo y no perder su buena vida, que tantos años de peloteo y sonrisas falsas les había costado lograr. Los empresarios tiraron para mantener su día a día de audis y mariscadas de los recursos convenientemente guardados en el extranjero. A los que habían comprado casas de 50 metros cuadrados al precio de palacios, se les dijo que eso les pasaba por haber vivido por encima de sus posibilidades. Ni miajita de los bancos que presionaban, de los políticos que consentían, de los empresarios que se forraban. La culpa, de la plebe. Por ser así. Tan plebe. 

Y el periódico. El periódico malvivió unos años, rodeado de buenas palabras y de promesas vacías. De préstamos que no llegaban y nuevas estrategias empresariales que, a la hora de la verdad, consistían en algo tan simple como no pagar a los trabajadores, que seguían trabajando porque era trabajo y había que seguir. Hasta que se hartaron. Tras una nueva promesa incumplida, se hartaron. Ocasión que fue aprovechada por los empresarios para tomar esa decisión que estaba tomada desde hace mucho tiempo. Cerrar. Porque ya no les servía de nada un viejo periódico en papel, en estos tiempos en los que las coordenadas de la vida son tan diferentes a aquellas de entonces, a aquellas de hace apenas unos años. 

Y el periódico cerró. Tras 130 años de historia, que se dice pronto, dejando a la ilustre ciudad que lo acogía y de la que fue testigo tanto tiempo, un poco más sola y triste. Más huérfana. 

En fin. Lo dicho, cualquier parecido con la realidad, será pura coincidencia. 







8 comentarios:

  1. Joooo!!!! Es un cuento muy triste :'(

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  2. Historias para no dormir, a estas horas...

    Pero qué bien lo cuentas.

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  3. Asistimos a la irremediable quiebra de un país, contado por capítulos diarios en plan Santa Bárbara. La ausencia de principios morales y especialmente de educación en todos los niveles (histórica y política especialmente), hacen que sucedan cosas como estas. Si a todo ello le unimos la particular idiosincracia del "españolito" de a pie, bastante acostumbrado a que le resuelvan los problemas los demás, nos da como resultado todo esto.
    Decía Leopoldo Alas Clarín, que "le nacieron en Zamora", porque a pesar de que nació allí, se sentía completamente asturiano, de donde era su familia. Yo muchas veces pienso que "me nacieron en España", con la particularidad y el problema añadido de que no tengo otro sitio alternativo en el que refugiarme como en su día hizo Clarín.
    Cómo me dueles, España.
    T.

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    Respuestas
    1. Como siempre, amén. La culpa la tenemos todos, no sólo los que mandan o mandaron.

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  4. Cualquier parecido con la realidad pura coincidencia...cierto, la realidad siempre supera la ficción.

    Ascopena de tó.

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