300 años de siesta

Tengo por casa desde hace ni se sabe un atlas cómico en inglés. Esto es, un libro en el que se describen uno por uno y con puritito humor british todos los países de la Tierra. Ahora, por aquello de los exámenes de la EOI, me ha dado por echarlo un vistazo y, bueno, no está mal. Es muy cáustico e irónico, a los americanos los pone a caldo y tampoco tiene piedad con the UK. Gracioso, vamos. El problema es cuando miras la parte dedicada a Spain. Ese es el problema. 

Porque a lo mejor es verdad eso de que los españoles, por mucho que se diga, no tenemos sentido del humor porque nos gusta reírnos de los demás, pero no de nosotros mismos. Vale, lo acepto, supongo que forma parte del carácter latino, bravucón, fiestero y un poco acomplejado que nos domina. Pero, oiga, leer, como definición general del país, que Spain  lleva 300 años echándose la siesta, duele. Duele mucho porque es verdad. 

Porque ya lo dijo Machado y todos los de la generación del 98, de 1898, y, más un siglo después, así estamos. Igual. Sin haber aprendido nada. Envueltos en luchas fatricidas estúpidas que, en vez de en las trincheras se desarrollan en la prensa, en los telediarios, en el congreso, sin que nadie tenga la altura moral suficiente para tomar las riendas de este caos y luchar, de una vez, por el bien común, por el bien de las generaciones futuras. Aquí cada uno va a lo suyo, gente por completo incompetente medra en el mundo laboral gracias a los amiguismos y enchufismos, mientras una generación entera se plantea, nos planteamos, la emigración como única salida posible. 

Todo mal, todo está muy mal hecho pero aquí no pasa nada porque seguimos ganando medallas de oro en deporte y porque como aquí se come, ole, no se come en ninguna parte. Viva el jamón ibérico y echémonos a dormir, que pensar cansa mucho. Sigamos sesteando, venga.