Desconocemos muchas cosas de las que nos rodean. Pequeños microcosmos que suceden a apenas unos kilómetros de nosotros y de los que no tenemos noticia porque, a lo mejor, las estrellas no han confabulado lo suficiente para que nos crucemos en ese camino. Hace unos meses conocí a un señor, a un anciano, que era (es) un auténtico artista casi autodidacta. Con una vida semejante a otras tantas vidas nacidas en estas tierras desagradecidas y escasas de futuro, supo desde muy joven cuál era su destino. Huir a la ciudad, trabajar en alguna fábrica, labrarse un porvenir, modesto, sencillo, y regresar siempre que pudiera a su pueblo. Como tantos otros. Pero la vida siempre parece que recompensa en parte y en el camino de este hombre bueno se cruzó alguien que le ayudó a recibir clases de dibujo y pintura, que lo ayudó a expresarse. No fue mucho, pero fue suficiente. Aún sigue en ello. Pinta y talla madera, y su casa, una casa más perdida en un pueblo más, sin nada especial, es un auténtico tesoro, desconocido para la mayoría.
Y es que los pueblos encierran muchos secretos, costumbres, usos, palabras, nombres, que son el testigo mudo de otros tiempos, de otros años. Cada trozo de tierra por el que nos movemos tuvo o tiene un nombre propio, por ejemplo. Una denominación sólo suya, nacida nadie sabe cuando, puede que de una broma, puede que de algún suceso. Que se lo digan a Marty McFly y el barranco Clayton. O a mí, que siempre me pregunto por qué en mi pueblo había zona conocida como el charco de las brujas. Que ahora ya no es charco ni es nada, pero ahí está, en la memoria colectiva. El charco de las brujas. Brujas. Quiénes serían. Qué encierra ese nombre. Misterios de otras épocas que llegan a nosotros difuminados por el paso del tiempo.
Por otra parte, las tradiciones que aún perviven son una amalgama de ritos y anécdotas. Por estas fechas era usual en otros tiempos celebrar los quintos, que no es otra cosa más que la celebración de la mocedad, del paso a la edad adulta, que se hacía coincidir con la primavera, con la época del año en la que la tierra florece y entra en su propia adolescencia. Todo transcurría en torno al rito de la fecundación. Por eso los jóvenes del pueblo plantaban el mayo -un tronco de árbol, cuánto más grande mejor-. Se trataba de fecundar a la tierra, para que la cosecha fuera buena. Porque de esa cosecha dependían las vidas. La tierra (Tierra) era la diosa a la que se adoraba.
Aún hoy se pueden ver mayos plantados por algunos pueblos de esta zona. Los pocos jóvenes que quedan en ellos, o aquellos que vienen los fines de semana, pasan un día de fiesta y cumplen, con no mucha conciencia de hacerlo, con un rito milenario, que se engarza en la noche de los tiempos. Un rito que fue, como tantos otros, adoptado y adaptado por la religión del Dios hombre. Por eso las fiestas de los quintos fueron, son las que quedan, acopladas a las fiestas de los Cristos o santos correspondientes. Esto se ha acrecentado con el paso de los años y la pérdida de otras tradiciones, como aquellas establecidas para demostrar la hombría de los quintos, llamados así porque eran los que se iban al servicio militar, cuando ese tiempo suponía toda una aventura de vida.
Tradiciones sobre tradiciones, cambios, vida que fluye.
Hoy por estas tierras hemos celebrado el Lunes de Aguas. Me encanta, porque es de las pocas fiestas llegadas del pasado que mantienen su esencia verdaderamente pagana. No tengo nada en contra de las fiestas religiosas, pero el Lunes de Aguas es un maravilloso testimonio arqueológico inmaterial. Bendito y delicioso hornazo, que ha hecho que perviva.
¿Sabéis cuál es su historia? Os copio de la Wikipedia:
Pasada la Semana Santa y con ella el periodo establecido, las rameras regresaban a Salamanca el lunes siguiente al Lunes de Pascua, para lo cual los estudiantes organizaban una grandísima fiesta, las calles de Salamanca se trocaban en torrentes de vino tinto, y salían a recibirlas a la ribera del Tormes con gran júbilo, estrépito y alboroto. Ellos mismos se encargaban de cruzarlas en barca de una orilla a otra del rio, y en medio de una gran algarabía llegaba el descontrol, el éxtasis etílico, el desenfreno y la carnalidad, acometiendo allí mismo lo que sus instintos reprimidos durante un mes y medio les pedían en ese momento. La gran orgía estudiantil a orillas del río, culminaba siempre con un gran remojón colectivo, con los asistentes al evento -rameras y estudiantes- completamente ebrios.
Esta fiesta, propia de la Salamanca medieval y estudiantil, sigue hoy en día. Miles de personas por toda la provincia, cada Lunes de Aguas salen al campo a merendar hornazo, una riquísima empanada de chorizo, lomo y huevo cocido. El Lunes de Aguas por la tarde nadie trabaja (bueno, yo sí, pero alguien tiene que hacerlo). Lo importante es que cumple el rito iniciado siglos atrás por unos estudiantes que caminaron por estas mismas tierras y que nos dejaron de regalo, de huella, una fiesta popular que forma parte de la vida de muchos. Y así, hasta el infinito. Porque nosotros mismos estamos hechos de esas tradiciones, de esos ritos.
(Vaya entrada larga que me ha quedado, perdonad por el rollo)
(Las fotos son de hoy, mientras esperaba a los quintos)
Qué tradiciones más chulas! La del mayo, y la del Lunes de Aguas :P jaja. Yo también tengo cierta predilección por las fiestas paganas -no como la de Mago de Oz, sino como las que tú cuentas, jaja :P
ResponderEliminarYo es que me pongo muy ibérica con estas cosas, me sale la vena prerromana y todo son vacceos, vetones, celtas... y al final acabo imaginando una cosa así como lo de Esparta en 300, y para qué queremos más. xD Ay, qué peligro tener imaginación! Jiji...
EliminarPues a mí me ha encantado la entrada larga ♥
ResponderEliminarMe gusta saber estas cosas ^^ Las fotos son preciosas por cierto! La primera creía que era un cuadro de ese hombre xD
Ay, muchas gracias!! A ver si voy a verle y os pongo algunas de las cosas que hace. Un beso!
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