Si yo sé que lo mío es complicado, no lo voy a saber que llevo toda la vida sufriéndolo. Que sí. Pero digo yo que hay formas y formas de decir las cosas. Que se puede, y se debe, empatizar, consolar y confortar. Y quitar importancia. Que eso también es ser médico.
Sé de sobra que la Seguridad Social nunca me va a operar de los ojos, porque, supongo, las presiones de la privada son demasiado fuertes como para que los centros públicos se planteen comprar láseres y solucionar problemas de miopías y demás gaitas. Que mientras puedas llevar gafas o lentillas, las operaciones son lujos. ¿Pero en serio lo son? A mí me dicen ahora que tengo que renovar gafas y lentillas, algo que supone un pastón del que no os hacéis idea. Casi la mitad de lo que, creo, me costaría una operación. ¿Por qué la Sanidad pública prefiere que siga dejándole el dinero a las ópticas? ¿Por qué pretende hacerme esperar hasta que sea una anciana prácticamente ciega para operarme? Porque eso es lo que me dicen: tu solución será el láser, pero no ahora, porque ahora todavía te manejas con las gafas. ¿Y por qué, si me van a operar de todos modos, no lo hacen ahora? ¿Por qué tengo que esperar? ¿Por qué?
No quiero llevar gafas, me revienta. Y me revienta tener que depender de unas lentillas que cada vez soporto menos. Me revienta la falta de libertad, el rollo constante que todo esto supone, el dinero que me dejo en paliar un problema, no en solucionarlo.
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Habrá que tomárselo con algo de humor... |
Y luego está lo que os decía al principio, que encima te toque una médico borde, sobrada y que te trata, desde sus muchos anillos y pulseras de oro, como si te estuviera haciendo un favor.
Me he hartado. Próximo capítulo: la búsqueda del láser perfecto para mis ojuelos. From lost to the river.