Repito imagen ilustrativa de entrada, porque, la verdad, pocas hablan tanto por sí solas como esta de Mafalda rebelándose contra el mundo. Y es que, a veces, hay que rebelarse. Mucho más en este mundo que nos ha tocado vivir de convencionalismos sociales, donde todos juzgamos y prejuzgamos, opinamos y sabemos aunque desconozcamos. Es complicado seguir a rajatabla el 'live and let live'. Pero es que hay gente que no sabe, no contesta al respecto.
El problema, creo, está en las inseguridades que todos arrastramos. Nuestras elecciones hacen nuestra vida, nuestra vida nos hace como somos. Poco podemos cambiar, más allá de aprender a aceptar que nada importa tanto como para condicionar nuestra relación con los otros. Es un largo camino, no obstante, el que va desde el comportamiento errático de aquel que es arrastrado por sus propios miedos y vacíos, hasta la seguridad que da conocerse, quererse y aceptarse. Buscar la felicidad en cosas externas, querer cumplir con normas auto-impuestas o culpar a los demás de tu propia desazón, son recursos frecuentes en el mientras tanto.
Luego están aquellos que consiguen salir a flote en el mar de sus propias penurias remando en la dirección contraria a la que marca la sociedad. No es nuevo en el comportamiento del ser humano que al diferente, al extraño se le marque y se le excluya. Vuelven a entrar en escena los miedos y vacíos que mencionaba antes. Las inseguridades. Y también, una dosis, más o menos cargada, de ese ingrediente que habita en, casi, todas las almas: la maldad.
Si todos supiéramos que nadie es perfecto, que todas las vidas tienen alegrías y desgracias, que todas las elecciones son respetables, que lo importante es ser feliz sin hacer daño a nadie. Si todos actuáramos así, sería muy diferente. Pero por algo existe la palabra 'utopía'.
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