Este 2013 comenzó sin caerme bien, porque ya intuía yo que iba a ser raro. Y lo ha sido. Pero, ojo, raro no es lo mismo que malo. De hecho, haciendo balance, he de reconocer que la nota final es positiva. Bastante.
Tengo trabajo. Y, parece, estable y, por ahora, duradero. Las quejas tras esta frase, serían merecedoras de torturas, lo sé. Es cierto que ciertas cosas no deberían considerarse así, que no deberíamos sentirnos afortunados (no tanto, al menos) por tener lo que es un derecho (se supone) o, mejor dicho, por tener algo que tendría que ser normal. Pero si echas un vistazo alrededor, si echas un vistazo un poco más allá (siempre sería peor haber nacido en Somalia, por ejemplo) y si miras al pasado, qué queda sino decir que sí, que si tienes curro, date con una piedra de molino en los piños y cállate, chavala.
Pues eso, me callo. Ahora mismo, right now, en este instante, soy afortunada, laboralmente hablando. Y eso ya es mucho en este país. Veremos lo que nos depara el 2014 al respecto.
¿Qué más? Vale, fundamental. Fui a Londres. El primer día de este año que ya termina me lo prometí a mí misma en mi mismidad. Que no acababa el 2013 sin que mis pies hubieran hollado tierras londinenses. Y lo hicieron. Y así terminaron, destrozados.
Con ustedes, los zapatos del Decathlon que me salvaron la vida. Lo demás es la catedral de St Paul. |
Pese al dolor de pies (y de todo lo demás), entre los momentos felices de esta vida mía, el paseo en soledad que di entre la noria y la abadía ocupa un lugar destacado. Llorando como una magdalena (un muffin en este caso) de pura emoción mientras rugía el Támesis. London, baby.
Y es que, como decía un tuit que leí por no sé dónde en los momentos más complicados de este año: una vez alguien me despidió y me dio la vida. Mi resumen del 2013 se puede resumir en un "si me lo llegan a decir hace un año...". Porque sí, si hace un año me dicen que estaría trabajando donde estoy, no me lo hubiera creído. Porque no me lo creí ni cuando me lo ofrecieron, no os digo más. Porque tras el despido en mayo mi futuro laboral en este país no es que pareciera negro, es que parecía imposible. Y no. Por ahora, claro.
Pero aparte del tema trabajo, lo cierto es que aquel despido trajo muchas cosas buenas. Cuatro meses exactos, como programados, de cosas buenas. Londres, amigos nuevos, un curso fantástico, viaje al sur, Bryan, agosto dedicado a la docencia con unas alumnas encantadoras... y, de repente, cuando parecía que todo paraba, que comenzaba el tiempo en el que había que tomar decisiones, sonó el teléfono. Y hasta hoy.
La perfección de los instantes de la que ha hecho gala este 2013 me pone complicado no creer en el destino. O en el karma. O en aquello de todo esto ha pasado porque tenía que pasar, tenía que ser así.
Coelhismo, sal de mi cuerpo, te lo ordeno.
En fin, que pese a las cosas malas, que también las ha habido, no me quejo. No sería justo.
¡2014, voy a por ti!
Blogger me odia y me borra comentarios. En fin.
ResponderEliminarQue dejes el coelhismo tranquilo, que este balance positivo es porque te lo mereces y porque te lo has currado. Y punto.
Ays, gracias. :)
ResponderEliminarJuas, me encanta tu balance! Y esos cuatro meses como programados tuvieron que ser el recopetín. El parón/desconexión te sentó bien y está bonito que recuerdes el año así. El mío fue un poco así, un poco asá, pero dentro de lo que cabe hubo pequeños avances. Mínimos, pero avances. Y eso, lo del darse con un canto en los dientes, pues también, aunque a veces la herida duela de más...
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