miércoles, 30 de septiembre de 2015

No me soporto ni yo

Pues sí, ea. ¿Os acordáis cuando este verano dije que me apuntaba al gym de verdad de la buena, esta vez va en serio, que sí, que sí, por la gloria de mi madre y tal?

Tararí. De nuevo la idea de verme como pilingui por rastrojo, arrastrando tras de mí la bolsa con los aparejos de una vida gimnasta y deportista, ha sido demasiado para mi pobre estrés existencial. Que sólo de pensarlo me pongo mala, vamos. Y me da ansiedad. Y al final va a ser peor el remedio que la enfermedad.

Inciso: para aquellos que no lo sepan, mis horarios laborales parecen diseñados por Cruela de Vil por lo que tendría que ir al gym en las horas de la comida y salir de ahí directa al trabajo, sin remedio, comiendo de aquella manera y eso siendo optimista. Que mucha gente lo hace, ya, pero yo no soy mucha gente y me agobio. Qué pasa.

Conste en acta también que mi anterior etapa gimnasta me sentó de perlas, eso es cierto, pero tuvo también efectos malignos. Me rompió el sueño y desde entonces no lo he recuperado. Yo era la típica, añado, que dormía cual bebé ceporrón tuviera al día siguiente lo que tuviera. Era experta en desconectar la mente incluso ante exámenes decisivos o lo que se terciara. Pero llegó el gym y llegó la vida laboral y mi natural zen se fue a tomar por saco. Qué malo es hacerse mayor.


A mí es que las clases del gym en vez de relajarme me ponían on fire, no sé si me explicó. Me pegaban unos chutes de endorfinas que me veía capaz de correr una maratón, escalar el Everest o recorrer Australia de costa a costa en una tarde. Parecía yo una activista contumaz de la ruta del bacalao hasta arriba de éxtasis y anfetas. Aún hoy, cuando en la radio sale alguna canción que identifico como propia de clase de espinin, me recorre el espinazo un escalofrío. Es el mono, yo lo sé.

Tanta endorfina, combinada con recurrentes problemas laborales, me provocó un insomnio que aún hoy me afecta. Duermo raro. A salto de mata. Noches muy bien -de puro agotamiento- y otras prácticamente en blanco. Por eso, solo de pensar en añadir estrés al estrés me crea más ansiedad y ya estoy agobiada solo de pensarlo.

Y no. Así que creo que me daré a los paseos cuando pueda cuadrar agenda. Y, mira, no regrets. 

Luego está el tema del inglés. Que ahí sigo. Bueno, no, porque ya no puedo ir a la Escuela de Idiomas, por ese pequeño detalle de haber aprobado. Sé que es muy odioso pero cuando en el grupo de whatsapp de la clase empezaron a decir que si unos y otros repetían, a mi me dio envidia. A ver, a ver, me explico (porque hay una explicación, en serio). Es que considero que no aprobé, sobre todo en el speaking, con merecimiento y sobrada. Todo lo contrario. Por lo que creo firmemente que, estreses hermionísticos aparte, me vendría bien otro año de clases para reforzar conocimientos. Pero no puede ser. 

Es duro esto, es, es duro. Yo, fuera de la vida académica. No tengo parole. 

Sí, la solución es apuntarme a una academia, pero, hijos, he visto los precios y, bueno, cuando me presente al CAE, pues ya si eso. Si eso. 




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