Still alive

Still alive, no os vayáis a pensar. 

Pero sin tiempo para nada. Y cuando lo tengo, poco, sólo quiero dormir. Será la vejez. 

Eso sí, hoy vengo por aquí porque me tengo que quejar. Así como bastante. Póngase por delante, vale, que no tengo o tenía yo costumbre de tener compañeros de trabajo. Que lo mío siempre había sido a mi bola, en mi sofá, con mi gato, mi té y mi manta. Muy Miss Marple todo. Y que ahora, de repente repentino, ya no soy Miss Marple, qué va, ahora me han obligado a salir de mi encantador cottage y a sumergirme en la gran ciudad. Y se me nota, vaya que si se me nota. Porque mira que habré pateado la ciudad mil y una veces, pero yo el halo de pueblo no lo pierdo, no. Se me nota en cómo miro los edificios, las calles que no conocía (alguna quedaba) y en el despiste existencial que llevo, que me hace, por ejemplo, llegar a los sitios con media hora de antelación. Porque sí, yo, puntual ante todo. Repelentis femina habemus. 

Total, lo que os decía. Que yo compañeros de trabajo pues mi gato y ya. Y ahora nada de gato (le echo de menos a chorros, por cierto) y sí de lo otro. Gente. Así, de golpe. De la que se mueve y habla. 

Qué trauma. 

Y no os digo ya si entre esa gente hay especímenes de esos que han desarrollado brutalmente la densidad cementosa de su rostro. 

Caraduras, vamos. Por si había que aclararlo. 

Que diréis, hija, qué tiquismiquis, que acabas de empezar y ya quejándote. Pues sí. Alto y claro. Y además me vais a permitir que haga mucha demagogia y diga muchas frases hechas: así va el país, España está llena de vagos, somos unos irresponsables. Sí, sí, y sí. QUÉ PASA. Todo es cierto, aunque las generalizaciones sean odiosas. 

Porque tú, joven que acabas de encontrar un trabajo, trabajo, vale, un poco de aquella manera porque no es a tiempo completo y, en fin, te hueles que te van a explotar, pero tú, digo, en estos tiempos que corren, lo menos que puedes hacer, lo menos, es hacer bien lo que tienes que hacer. Lo que te corresponde estrictamente, sin explotaciones ninguna, hacer. Y si no lo haces bien, tendrás que echarle ganas para aprender, y tener voluntad de mejorar. Y compromiso. 

Pues no. Vale que huyas de la explotación como mi gato de la aspiradora, ahí no hay nada que reprochar, pero por lo menos lo que toca, hazlo bien. Y, sobre todo, no pretendas colgarle el marrón de tu falta de ganas y de tus prisas por largarte de fiesta a esa compañera tan maja (ejeem) que has conocido hace dos semanas. Porque esa compañera que es tan maja (ejeeem) puede que en ese preciso momento lleve ocho horas sentada en el mismo sitio, seis días seguidos de trabajo intensivo, y le siente como fatal tu llamada de "oye, mira, échale un ojo a lo mío y termínalo por favor que es que, uuuf, me va fatal internet". Y no digamos ya si esa compañera oye que no estás en casa, sino que estás de risitas con amigos, en la calle, en jueves noche, que es el gran día de fiesta (sí, qué pasa) en esta ciudad. 

Así que si la consecuencia de esa llamada es que tu compañera maja pase de salvarte donde la espalda pierde su casto nombre, y diga en alto, para que lo oigan los jefes, que la acabas de llamar con determinadas peticiones acerca de "no sé qué que no ha terminado", y los jefes vayan y echen un ojo al dicho trabajo e, ipso facto, empiecen a echar humo por las orejas y a hablar de despido, si pasa todo eso, no te quejes. Que te lo has ganado. 

Con cariño todo, ¿eh? Pero aquí Jesús dijo hermanos, no primos. 

(¿Veis? Por algo quería pasar el blog al anonimato....)