Pues sí. Me tocó 'infiltrarme' en la huelga estudiantil. Cosas del laburo, que dirían los porteños.
Quede claro que me parece muy digno y muy adecuado que cada cual se manifieste por lo que quiera. No voy a entrar en análisis de los motivos y razones de la huelga, porque, en primer lugar, creo que lo de la educación en este país no tiene solución, que no es cosa de ahora, que es cosa de siempre, y que no hay ni habrá voluntad de solucionarlo como corresponde. No hay altura de miras ni altura intelectual entre la clase política, toda ella, para sentarse y poner por encima de sus intereses partidistas, los intereses del país. Porque si algo hace, crea, nutre y da forma a un país es la educación, en términos concretos y generales, de sus ciudadanos. Pero no, aquí de eso no hay porque si los ciudadanos están educados, piensan. Y eso es peligroso para los que viven del cuento.
Por esto, me parece muy bien que la gente haga huelga y proteste, pero yo ya estoy desengañada de estas cosas. Vivo muy feliz en mi exilio interior y no tengo tiempo para creerme la sarta de tópicos, insensateces panfletarias y frases hechas de la que está formada nuestra sociedad. He vivido ni se sabe las huelgas en educación, hubo una época en mis tiempos de instituto en la que cada semana había un día sin clase por 'huelga', con silicona en las cerraduras del centro incluida. ¿Y qué? ¿Se consiguió algo más que hacernos perder horas de clase -situación que mi Hermione Granger interior llevaba fatal, por cierto-? No. Al final, estamos como al principio. Pescadilla que se muerde la cola. España.
Pero sí, protestar está bien, supongo. Sobre todo cuando eres joven y todavía crees. Así, en general. Creer y eso. Que el mundo se puede cambiar y que bajo los adoquines hay arena de playa que diría Ismael Serrano. Lo que no me parece bien, y ahí iba desde el principio, son determinados cánticos, determinadas mezclas, determinados senderos que toma la protesta, senderos peligrosos que desvirtúan su esencia. A mis ojos, quede claro.
Porque si estás gritando contra el Gobierno, etc, el ministro Wert, etc, los recortes, etc, y de repente, en medio de la euforia y tal, empiezas a decir que si lo próximo que vais a hacer es utilizar 'dinamita' en la casa de los políticos, pues qué quieres que te diga, pierdes toda la razón que, no te digo que no, llevabas desde un principio. En general, hablar de explosivos, amenazar con su utilización, queda feo. No te digo ya nada en este país, con la trayectoria que tenemos a nuestras espaldas de gente volada por los aires o disparada a sangre fría. Que a lo mejor tú tienes la suerte, jovenzuelo universitario, de no acordarte mucho porque entre treguas, mentiras y veras, esa gente de allá arriba, de las Vascongadas que diría don Francisco Tomás y Valiente, lleva unos años tranquila. Afortunadamente, oiga. Pero algunos sí nos acordamos, nos acordamos mucho. Y al oírte hablar de 'dinamita', lo que me dan ganas, me dieron ganas, es de darte dos tortas bien dadas. O tres o cuatro. Por imbécil. Por ir de listo, de guay, de progre y de implicado con la causa, y no tener dos dedos de frente, no tener ni idea de donde vives, de quién eres, de quiénes somos. Tú y todos los que te corearon, que, lamento decirlo, fue la gran mayoría, si no todos, de los que allí estabais. Imbéciles todos. En ese momento sólo pude pensar que os merecíais los políticos que tenemos, la famosa LOMCE y todo lo malo que os pase de ahora en adelante en vuestra vida. Por ineptos. Por tener la razón y no saberla conservar.
Esto fue lo peor, pero no lo único. Me fascinaron esos cánticos en contra de los bancos, seguidos de otros que pedían más dinero al Gobierno. Me fascinó, desde un punto de vista ya casi sociológico, esa ingenuidad, ese pensar que sí, venga, podemos vivir sin bancos, sin ejércitos. Sí, podemos gastar todo el dinero que queramos, el Estado sólo tiene que darle a la máquina de fabricar billetes, la deuda ya la pagarán los que vengan detrás. Me fascinó, en serio.
Porque, a ver, eso estaría muy bien, claro que sí, lo malo es que las reglas del juego son las reglas del juego. Nos gusten o no. Pero, en fin, esto, a fin de cuentas, no deja de ser buscar la playa debajo de los adoquines, como decía antes. Podrás buscarla y será bonito que lo hagas, pero, al final, la cruda realidad se acaba imponiendo.
Y ya no voy a entrar en la sección banderas, porque veo que me enciendo y no me apago. Veo que empiezo a hablar de mandarlos a Corea del Norte a hacer un Erasmus y tal...
Ay, juventud. Qué asquito me diste.
AMÉN
ResponderEliminarT.