Sep. Bueno, pelear. Yo intenté mantener una conversación civilizada, creyendo, ilusa de mí, que se podía razonar. Pero no. Y como acabaron llamándome racista, fascista, idiota e ignorante, qué queréis, lo concibo más como una pelea. O como un acoso prototípico de patio de colegio. Con los mismos métodos, además.
El caso es que se me ocurrió decir que prefiero esto que tenemos, con todas sus imperfecciones y cosas a mejorar, que lo que tienen en -algunos- de los países musulmanes. Que me gusta Europa y a mí burka/velo/whatever no me apetece llevar y además me encanta conducir, actividad no permitida en según qué lugares para las poseedoras de ovarios. Por poner dos ejemplos. Y, afirmando que fanáticos hay en todas partes y en todas las religiones, también señalé que el problema más gordo AHORA viene de ese lado del mundo. De ese concreto fanatismo. Se quiera o no.
Pues para qué hablé. Parece ser que acusé al Islam y a TODOS los musulmanes de ser el MAL y la raíz de TODOS los problemas. Una racista fascista, ya sabéis. Yo. Que estuve a punto de estudiar filología árabe. Y que ojalá lo hubiese hecho.
En fin, me pareció un ejercicio tan rastrero de tergiversación que para qué entrar a discutir. Es una pena, en serio lo digo, que limitéis tanto vuestra mente y que los prejuicios, creencias, opiniones e ideologías que tenéis os impidan escuchar al prójimo. Darle la oportunidad de explicarse y el beneficio de la duda. Si no opina como yo, es un fascista. Ale. Y tan panchos.