Qué oportuno lo mío, ponerme a leer este libro en estos días, ¿eh? El caso es que lo tenía pendiente desde hace tiempo porque soy muy fan de las biografías escritas por Cristina Morató. He leído, creo, todos sus libros, a excepción de 'Cautiva en Arabia', que de este verano no pasa. Tras sus obras sobre viajeras, aventureras y exploradoras de finales del siglo XIX y principios del XX, pasó a las 'Divas Rebeldes' y ahora a las 'Reinas Malditas'. Mujeres todas, frecuentemente olvidadas y/o maltratadas por la historia.
En este libro del que os hablo se cuenta la vida de seis reinas, famosas algunas, otras más desconocidas. Comienza por Isabel de Austria-Hungría, esto es, por Sissí, cuya figura creo que ha sido en los últimos años tan desmitificada y tan bajada del pedestal al que Romy Schneider la subió, que no necesita más palabras. Muy guapa, pelín intensa, anoréxica y, rasgo característico casi de todas estas reinas, una niña sin preparación que se vio envuelta en una vida que la sobrepasaba y de la que decidió escapar como pudo, que, en su caso, fue tirando de dinero y de viajes. Yo también lo hubiera hecho, qué queréis que os diga.
Tras Sissí, llega María Antonieta, aquella a la que rebanaron el pescuezo. Quizás la más desconocida de todas, porque nos quedamos siempre con su final y no conocemos bien el origen y el desarrollo de la historia. No era mala muchacha, no. Frivolona, infantil y un punto locatis, pero buena chica. Una pena su final y más el de su pobre hijo.
Y tras la reina de los franceses, llega la de los suecos. Cristina de Suecia. Conocida por la peli que protagonizó Greta Garbo en 1933, que tiene poco o nada que ver con la historia original. En primer lugar, ya quisiera haber sido Cristina de Suecia como Greta Garbo, y en segundo lugar, en la película no se cuenta nada de la verdadera reina de los suecos, más allá del aspecto andrógino que le dio la Garbo. Definir a un personaje como este es difícil aunque creo que con decir que 'era muy inteligente pero estaba como una regadera' puede valer. Muy mal de lo suyo, pero mal, mal.
En cuarto lugar, aparece como un soplo de cordura entre tanta loca con corona, la española Eugenia de Montijo. Curiosamente (o no), la única que no contaba en su pedigree con primos, tíos y demás familia encamados entre sí. Esa consanguinidad, ya se sabe que es muy perjudicial para la sanidad mental. Eugenia fue un encanto de chica y de señora, que vivió un mundo apasionante y que tuvo la suerte de aprender a leer en las rodillas de Stendhal. Ya solo por eso soy su fan.
Tras la tranquilidad de la Montijo, volvemos a las locuras procedentes de la consanguinidad de la mano de la reina más reina de todas las reinas que en el mundo han existido, al menos hasta que llegó su bisnieta dispuesta a quitarle todos los récords. Me refiero a Victoria del Reino Unido, la reina Victoria, la bisyaya de la actual (y perenne) reina Isabel. Otra que tenía la azotea con más pérdidas que un buzo vestido de encaje, aunque la severidad que impuso en la corte su santo y adoradísimo esposo Alberto matizó las idas de olla de la soberana. Buen chaval, por cierto, Alberto. Más paciencia que el santo Job tenía.
Y finaliza el libro con una nieta de la anterior. Es que con esto de haber tenido ocho hijos, casados a su vez con toda la realeza europea, te pones a mirar árboles genealógicos y descubres que nuestra Leonorcita es tatataranieta de la queen Victoria por partida doble. Estaba claro que esos ojos azules Ortiz Rocasolano no eran.
La nieta, os decía, con la que acaba el libro es la emperatriz Alejandra de Rusia, conocida en su casa a la hora de comer (y antes de convertirse a la religión ortodoxa) como Alix (Alicia) de Hesse. La madre de Anastasia, por entendernos. La de Rasputín, por si hacen falta más aclaraciones.
La buena de Alejandra-Alix mal de la cabeza no estaba, pero porque, creo, no daba para más. Bastante sosaina y simplona. Guapa a rabiar, eso sí, y muy sufridora por aquello de la hemofilia que su abuelita se dedicó a difundir por las casas reales europeas y que recayó en su niño. Como los rusos se encargaron de dar a toda la familia matarile de la forma ya conocida, por este lado ese problema se cortó de raíz. Mira tú, para lo que sirvió la revolución rusa.
Y con el asesinato de los Romanov concluye el libro, que se lee estupendamente bien y te deja con ganas de saber más.
Libro así de historia y ameno de leer, me gusta. Me lo guardo :)
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