Pues sí. Me tocó 'infiltrarme' en la huelga estudiantil. Cosas del laburo, que dirían los porteños.
Quede claro que me parece muy digno y muy adecuado que cada cual se manifieste por lo que quiera. No voy a entrar en análisis de los motivos y razones de la huelga, porque, en primer lugar, creo que lo de la educación en este país no tiene solución, que no es cosa de ahora, que es cosa de siempre, y que no hay ni habrá voluntad de solucionarlo como corresponde. No hay altura de miras ni altura intelectual entre la clase política, toda ella, para sentarse y poner por encima de sus intereses partidistas, los intereses del país. Porque si algo hace, crea, nutre y da forma a un país es la educación, en términos concretos y generales, de sus ciudadanos. Pero no, aquí de eso no hay porque si los ciudadanos están educados, piensan. Y eso es peligroso para los que viven del cuento.
Por esto, me parece muy bien que la gente haga huelga y proteste, pero yo ya estoy desengañada de estas cosas. Vivo muy feliz en mi exilio interior y no tengo tiempo para creerme la sarta de tópicos, insensateces panfletarias y frases hechas de la que está formada nuestra sociedad. He vivido ni se sabe las huelgas en educación, hubo una época en mis tiempos de instituto en la que cada semana había un día sin clase por 'huelga', con silicona en las cerraduras del centro incluida. ¿Y qué? ¿Se consiguió algo más que hacernos perder horas de clase -situación que mi Hermione Granger interior llevaba fatal, por cierto-? No. Al final, estamos como al principio. Pescadilla que se muerde la cola. España.