La ciudad reconoce nuestros pasos. Nos saluda con un murmullo silente de aprecio, de abrigo, de vuelta a casa. Nos acoge entre piedras que el sol de la tarde vuelve naranjas, tornasoladas en medio de la primavera más calma. La ciudad se acomoda a nuestros pies, y el ayer nos devuelve la mirada tras esa esquina, tras ese recodo de alegría o pena que dejamos atrás. Son nuestros jirones de alma, nuestras memorias de antaño las que hoy nos rodean como fantasmas juguetones, prestos a no dejarse olvidar, a formar parte de nuestra esencia más pura. Lo que fuimos, lo que somos.
Y siempre, ofrenciéndose gozosa como el mejor de los escenarios posibles, como un castillo soñado, está ella. La ciudad de nuestra vida, la ciudad de tantas vidas. Testigo mudo de pasiones, miedos, penas, risas y llantos. Testigo de nosotros mismos.
Cómo te quiero, ciudad.
Cómo te quiero, ciudad.
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