Por situarnos: Una nueva entrega de los guardia civiles Vila y Chamorro, esta vez de misión en Afganistán, nada menos.
Servidora de vosotros, que puede ser muy quejosa, el otro día se enfadó un poco bastante cuando sufrió una de esas revelaciones que le dan cuando lee novela negra. De repente estoy a lo mío, interrogatorio para arriba, interrogatorio para abajo y, catapún, en mi cerebro se hace la luz, lo veo todo clarísimo y me fastidio a mí misma la sorpresa final. Es que es para darme de leches.
Que no me estoy tirando flores, no penséis. Que es una puñeta tener un cerebro que se crió leyendo a Agatha Christie y que se dedica a sabotearme los misterios. Una puñeta y un drama. Total, que eso, que adiviné si paliativos quién y cómo. Al menos, eso sí, lo hice tan solo un par de páginas antes de que se descubriera el pastel. Algo es algo.
Dicho todo esto, he de decir que la novela me ha gustado mucho, quizá algo menos que la anterior, Los cuerpos extraños. Pero Donde los escorpiones tiene un fin fundamental: mostrarnos cómo es la vida para los soldados destinados en Afganistán, o en misiones en el extranjero similares. También demostrar la inutilidad de todas aquellas luchas en las que el hombre se embarca para cambiar lo inevitable, lo inmutable.
Mostrarlo y demostrarlo como lo hace Lorenzo Silva, con ese punto desapasionado de otras motivaciones más allá de la de hacer, bien, un trabajo entregado y poco agradecido, bastante inexplicable para la mayoría de los ojos, envuelto en un fatalismo tan asumido que puede llegar a ser esperanzador. Así es y así se conduce por la vida el propio Rubén Bevilacqua, protagonista de estas historias, ya subteniente de la Guardia Civil y, aunque recuperado de fantasmas pasados (La marca del meridiano), siempre dueño de una especial, y tal vez muy realista, visión del mundo. No es vano colecciona miniaturas de soldados derrotados. Porque es donde encuentra la verdad.
Mostrarlo y demostrarlo como lo hace Lorenzo Silva, con ese punto desapasionado de otras motivaciones más allá de la de hacer, bien, un trabajo entregado y poco agradecido, bastante inexplicable para la mayoría de los ojos, envuelto en un fatalismo tan asumido que puede llegar a ser esperanzador. Así es y así se conduce por la vida el propio Rubén Bevilacqua, protagonista de estas historias, ya subteniente de la Guardia Civil y, aunque recuperado de fantasmas pasados (La marca del meridiano), siempre dueño de una especial, y tal vez muy realista, visión del mundo. No es vano colecciona miniaturas de soldados derrotados. Porque es donde encuentra la verdad.
A su lado, Chamorro, Virginia. Siempre fiel, siempre callada, siempre el contrapunto perfecto. Sigo echando de menos más protagonismo para ella en estas novelas, pero creo, espero, confío en que todo está pensado y que, tarde o temprano, le llegará su momento.
Ya lo dije hace tiempo, leer estos libros, como leer en general a Lorenzo Silva, es volver a casa, reencontrarse con viejos amigos y con la sensación de saberse en el sitio adecuado, en el instante justo de la vida, sin dejar de aprender y de crecer.
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