Antes de nada, lo dejo claro: no he visto una película completa de James Bond en mi vida. Que diréis que como puede ser, teniendo en cuenta mi obsesiva fijación con todo lo brit. Pues no, con esto no. A mí es que el Bond me ha parecido siempre un hortera de bolera que lo flipas cantidad, con esos trajecicos, esas poses y esas mozas en bragas roneándole. Hortera. No me interesa lo más mínimo.
Cuento esto como preludio y explicación en avanzadilla de mi crítica a The Night Manager, serie de la BBC que terminó el otro día. Como siempre, piqué como un besugo. Que si Tom Hiddleston, que si Hugh Laurie, que si Olivia Colman, que si espías, que si misterios. ¡¡Compro, compro, compro!!, gritaba yo, presa de un ímpetu desaforado.
Y compré, claro. Me puse el primer capítulo emocionada toda. Y, en fin. Menuda bajona.
A ver, que la serie mal no está y trata sobre un tema muy interesante: los traficantes de armas que funcionan bajo el paraguas de los gobiernos occidentales haciendo negocio en Oriente Medio. Pero, regresando a mi aversión a todo lo que suene a James Bond, yo me esperaba otra cosa, no una sucesión de planos exclusivos de Tom Hiddleston y comentarios constantes sobre lo guapo que es, el tipo que tiene, los ojazos que porta y demás bellas características de su anatomía. Que, se me entienda, todo se agradece y esto más, pero estamos a lo que estamos. ¿O no?