Se me han roto las gafas. Drama, dramón de dimensiones épicas. Hasta que tengan a bien hacerme los cristales nuevos y engarzarlos en la montura que escogí el otro día, estoy en modo cegato por la vida porque los ratos que me puedo poner las lentillas tienen que ser reservados para el trabajo. Porque claro, yo tan oportuna, tuve que cargarme las gafas el día antes de volver a currar. No tuve tiempo, parece ser, en las dos semanas anteriores que estuve dándome a la buena vida. Y a los bares, que este verano nos estamos dando mucho a los bares. Vaya usted a saber por qué.
Total, que ahora mismo no puedo leer ni ver nada porque cuando me quito las lentillas me quedo en modo topo. Pero topo nivel no distinguir a Saúl Craviotto a dos metros. Bueno, pensándolo bien, lo mismo Craviotto tiene poderes -no me extrañaría nada- y consigue devolverme la vista. Lo digo por si surge la oportunidad de tenerlo a dos metros. O menos. Yo por si surge y tal.
El caso que yo venía aquí a hablar de los libros, series y pelis de este verano bastante nulo en lo que al tema cultural se refiere, la verdad. De hecho, llevo estancada con un libro varias semanas y no avanzo. Que a lo mejor meterse entre pecho y espalda un novelón de 600 páginas en inglés sobre un pueblo de Virginia Occidental (USA) en los años de la Gran Depresión no es lo más animado para el periodo estival, yo lo asumo, pero de verdad que aquello parece no tener fin. Lo empecé porque es de la misma autora, Annie Barrows, que La Sociedad Literaria y el Pastel de Piel de Patata de Guersney y me esperaba yo una cosa similar, ligero, entretenido, bonito, con sustancia pero de fácil lectura. Pues no va por ahí, aunque tienen características comunes. Cuando lo termine -si lo termino algún día- lo comentaré con calma. Se llama, por cierto, The Truth According to Us.
Más. Lo de buscar un libro de la misma autora que La Sociedad se explica porque volví a leerme ese libro. Por cuarta o quinta vez, ya no recuerdo. Y me dejó la misma sensación de siempre. Es un libro maravilloso, una joya inapreciada. No se puede definir de otro modo.
También releí El Zorro, de Isabel Allende. Me gustó algo menos que la primera vez pero lo comprendí mejor. Sobre todo al personaje de Isabel. Cómo se notan los años, majos. Cómo. ¿Y sabéis? Qué bien que se noten. Qué bien madurar. Qué bien avanzar y entender que no todo tiene que ser como nos lo contaron. Que hay otros caminos y veredas igualmente buenos e, incluso, mejores.
Sí, estoy un algo intensa. Y en ese rumbo de intensidad -que se me pasa con dos cervezas, tampoco os vayáis a creer- caí en Voy a llamar a las cosas por tu nombre, de Ana Milán. No se le puede llamar novela, porque no lo es. Es una recopilación de textos con un cierto tufillo a autoayuda, pero, mirad, a mí me ha encantado. No regrets. Es un canto a la vida, a la esperanza y a la alegría, y es verano, soy rubia y necesito que me digan cosas así. Qué pasa.
Y en esta línea de nostalgia, no se me ocurrió otra cosa que enchufarme Indiana Jones y el Arca Perdida. Que no la había visto nunca en inglés. Mi conclusión fue que mola más en español y que bendito seas, Harrison Ford, no te mueras nunca.
Ya, ya, que qué agorera, pero es que también repasé el otro día The Force Awakens y ESTOY SENSIBLE CON EL TEMA, JOPÉ. A Mi Harrison que no me lo toquen.
Qué verano, ay, qué verano...
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