lunes, 5 de octubre de 2015

Doña Joaquina

La puerta de la clase se abrió con rudeza. Un chaval, apenas 13 o 14 años, entró en el aula con los ojos fuera de las órbitas, buscando a sus antiguos compañeros. La adolescencia los había sorprendido a todos hacía pocos meses. Ya no era como antes, pero aún había un fino hilo de unión entre ellos. Habían compartido muchos momentos y, a veces, solo a veces, se miraban con reconocimiento en los pasillos de ese nuevo mundo que era el instituto, donde imperaban otras reglas, muy diferentes a aquellas de cuando eran niños. 

- Doña Joaquina. El tren. Doña Joaquina...

Es lo máximo que consiguió decir, acalorado por la carrera que lo había llevado desde la tienda de chucherías más cercana hasta el instituto. Sus antiguos compañeros de colegio lo miraron sin comprender. "¿Qué dices? ¿Qué pasa?"

- Doña Joaquina. Que se la ha llevado el tren. Venía en el coche a dar clase y el tren...

Los antiguos niños de aquel colegio donde doña Joaquina daba clase se miraron con estupefacción. Alguno imitó al transmisor de la noticia y se lanzó a la búsqueda de más semejantes a los que la noticia pudiera interesar. El resto de alumnos, pupilos de otros centros del pueblo, miraban a los del Unamuno sin comprender bien qué había sucedido. ¿Quién era esa doña Joaquina?

Una de esas alumnas del Unamuno, petrificada por la noticia, solo acertó a preguntar, pero.... ¿le ha pasado algo? Pregunta retórica, dadas la información ya sabida. Pero era cuestión de confirmarlo. De tenerlo claro. 

- "¡¿Que si le ha pasado?! ¡Se ha muerto!", fue la respuesta, algo desabrida, ante la obviedad del asunto.

Sí, a doña Joaquina, maestra de colegio especialista en crear enfermedades psicológicas en sus alumnos, le pudo la impaciencia y no respetó la barrera de un paso a nivel. Porque ella, en sus clases en las que no chistaba nadie y no se movía una mosca, siempre lo decía: tengo poca y mala paciencia. Su mítica frase que provocaba sudores fríos porque indicaba que la tormenta estaba a punto de desatarse y que todos sus alumnos recordaron aquel día, volando por los pasillos del instituto, mientras un extraño sentimiento de pertenencia, de comunidad, afloraba entre ellos. "A doña Joaquina se la ha llevado el tren, el tren, el tren..."

Algunos se organizaron para ir a su funeral. E incluso le compraron flores. Otros, la mayoría, optaron por otorgar a aquella maestra que tanto miedo, tantas noches sin dormir, tantos dolores de tripa los había causado, el silencioso pago de la indiferencia más absoluta. Una separación que sigue vigente hoy en día. Están aquellos que recuerdan a esa profesora con cariño y están, estamos, los demás. Los que no estaban entre sus preferidos. Los que tenían más problemas para estudiar. Los que éramos tratados con falsa condescendencia. Los que creemos, en definitiva, que, a veces, el karma funciona. 

"Tengo poca y mala paciencia..."

Mi particular aportación en el Día del Profesor. Porque no todos fueron buenos y hay que decirlo para que no se repitan aquellos modos de enseñanza. 

2 comentarios:

  1. Olé!! Me ha encantado tu aportación. Justo hoy he escrito algo en una línea parecida, lo tengo aún en el horno. Es verdad, no todos fueron buenos.

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  2. Todos hemos tenido maestros y profesores así. Yo recuerdo a aquella maestra que me obligaba a leer en voz alta aunque yo no sabía pronunciar la letra erre, y a la que le daba igual que el resto de niños se rieran de mí. >_<

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